Cuantas más obligaciones tenés, más plata necesitás
Es simple.
El hombre sin obligaciones vive en el campo. Se levanta temprano con su preocupación puesta en su cultivo y su ganado. Anhelando la lluvia por la tarde para regar su huerta y sus plantas aromáticas. A mitad de mañana despierta a su hijo para ir hasta el río montando a caballo, luego de que ellos hayan recibido su desayuno, para pescar algo para el almuerzo y así poder acompañar esos riquísimos tomates frescos que están listos para ser retirados de su huerta.
A la vuelta, cerca del medio día, da una vuelta por el gallinero, acompañado por su hijo, para alimentar a las gallinas, retirar los huevos frescos y completar con agua sus hollas. Ellas, contentas de verlos, los reciben cacareando...
Luego del almuerzo, de esas bogas a la parrilla con orégano y tomates frescos, el calor comienza a anunciar la siesta, y con ella, el sonido de la guitarra pronunciando folcklore al lado del río a la sombra de un sauce llorón.
Al despertarse, encender un pequeño fuego con ramitas recogidas del lugar, apoyar la pava lentamente sobre el fuego y preparar unos riquísimos mates amargos para nuevamente encontrarse con su padre y así acompañar los mates y la payada contemplando el sol esconderse detrás de los árboles al otro lado del río.
Durante la noche a la luz de la fogata, rodeado de sus herramientas y un gran pedazo de tronco fresco mínimamente tallado y empezando a ser ahuecado, él, mirando hacia el cielo contempla las estrellas y desea que al día siguiente finalmente llegue esa lluvia esperanzadora...