Cuantas más obligaciones tenés, más plata necesitás

Es simple.

El hombre sin obligaciones vive en el campo. Se levanta temprano con su preocupación puesta en su cultivo y su ganado. Anhelando la lluvia por la tarde para regar su huerta y sus plantas aromáticas. A mitad de mañana despierta a su hijo para ir hasta el río montando a caballo, luego de que ellos hayan recibido su desayuno, para pescar algo para el almuerzo y así poder acompañar esos riquísimos tomates frescos que están listos para ser retirados de su huerta.

A la vuelta, cerca del medio día, da una vuelta por el gallinero, acompañado por su hijo, para alimentar a las gallinas, retirar los huevos frescos y completar con agua sus hollas. Ellas, contentas de verlos, los reciben cacareando...

Luego del almuerzo, de esas bogas a la parrilla con orégano y tomates frescos, el calor comienza a anunciar la siesta, y con ella, el sonido de la guitarra pronunciando folcklore al lado del río a la sombra de un sauce llorón.

Al despertarse, encender un pequeño fuego con ramitas recogidas del lugar, apoyar la pava lentamente sobre el fuego y preparar unos riquísimos mates amargos para nuevamente encontrarse con su padre y así acompañar los mates y la payada contemplando el sol esconderse detrás de los árboles al otro lado del río.

Durante la noche a la luz de la fogata, rodeado de sus herramientas y un gran pedazo de tronco fresco mínimamente tallado y empezando a ser ahuecado, él, mirando hacia el cielo contempla las estrellas y desea que al día siguiente finalmente llegue esa lluvia esperanzadora...

El señor con obligaciones vive en la ciudad. Pues claro, tiene que cumplir con sus obligaciones. Las obligaciones están en la ciudad. En realidad, en las ciudades. Ya que vive en una y viaja todos los días a otra ciudad que está cerquita para cumplir con lo que su jefe necesita diariamente. En ese viaje diario, se consume una cuarta parte del dinero que recibe a fin de mes cumpliendo con las necesidades de su jefe.

Una vez en la oficina, y luego de organizar el trabajo del día, se dirige hacia el centro llevando la documentación necesaria. Para eso, toma el colectivo en la esquina de la oficina y viaja durante 45 minutos quejándose del calor de la ciudad y de lo apretado que viajan todos los días los pasajeros.

Llegado al centro, se dirige hacia el banco entre toda la multitud que al centro caracteriza. En el banco, se entretiene escuchando la música proveniente de su celular con la última versión de Android mientras espera de pie ser atendido por el señor de la Caja 4. Entrega la documentación requerida por este señor y negocia la falta de un pequeño papel impregnado de tinta puesta de tal forma que significa "algo con valor irrefutable".

Cansado, luego de más de 2 horas de espera y haber escuchado el último disco de banda favorita por decima quinta vez, vuelvo al infierno del medio día cuyano y su sol tan caracterísco. Se sumerge entre la gente nuevamente y nada hasta el primer negocio con aire acondicionado, donde pide un café mediano por el que paga un sobreprecio importante, para así poder dedicarse unas horas antes del almuerzo a la organización de los papeles entregados y recogidos del banco, analizar las cuentas y llevarle un nuevo balance al jefe por la tarde, luego del almuerzo.

Sí, para el almuerzo acude al restaurant más cercano a la cafetería, que cuenta con aire acondicionado y también con Wifi para así poder enviarle a su jefe el nuevo balance recién terminado en la cafetería. En este restaurant, luego de pagar un sobreprecio por un sandwitch de bondiola y queso gratinado, envía el nuevo balance a su jefe por internet. Así mientras él viaja durante 45 minutos de vuelta a la oficina, su jefe lo empieza a evaluar y la reunión comienza inmediatamente el señor llega a su oficina.

Dentro de la sala de reuniones, las opiniones van y vienen, las voces se elevan, los números vuelan por el aire y la discusión parece no tener fin. El malestar aumenta gradualmente hasta que la oficina se convierte en un caos, todos gritando sin escucharse y culpándose los unos a los otros... "...las ventas...", "...los ingresos...", "...las deudas..." se puede escuchar desde la oficina de al lado, entre trantas otras expresiones.

Bajoneado, un poco deprimido y hasta con una sensación profunda de culpa, emprende el viaje a su casa. Hacia otra ciudad. Se encuentra con su familia, comenta las corridas del día, los sobreprecios pagados durante todo el día para poder realizar su trabajo y pone sobre la mesa un malestar general. Malestar que es inmediatamente contagiado al resto de los comensales...

Comentarios

Comments powered by Disqus